Siempre vienes a mí
Cuando la tarde se apaga con sus colores agotados, desvaneciendo tu silueta efímera, los rayos naranjas, atravesados por rojos oscuros y destellos carmesí, pelean juguetones por entrar en la retina de mis ojos.
Esas luces, que apenas me dejan ver, en mi mente se recrean luminosamente y se apagan con el crepúsculo. Y bajo la noche, las estrellas juegan a brillar, seguras y engreídas; se creen únicas y vanidosas. Con desdén, invaden mi cielo sin reservas, extendiéndose sin tregua hacia el infinito universo. Se despojan suavemente de la discreción que la gravedad desnuda: sus pálidos cuerpos.
Fresco viento que ansía revelar mis pensamientos agrietados y descompuestos —irreflexión pura—. Es un letargo de ensueño, impalpable, que se arremolina ligero. Tu sombra calienta mi piel sin tocarme, despojándome de todo compromiso. Deseo robar los colores que abrazan esta noche incipiente. Son colores densos de júbilo, resbalando por tu suave torso. La tarde se eclipsa, abriéndose paso entre tus cabellos castaños, cuyos reflejos dorados juegan con el viento, portando los susurros livianos de los viejos sauces.
Meditabundo, improvisando sensaciones. El tiempo juega imprudente, intentando llevarse el aroma de tu piel, que brota en el umbral de mi memoria agotada. Pero recobro fuerzas para atraer la suave caricia de tus labios. Mis sueños te piden: ¡no te vayas! Abandonarme no es lo tuyo, porque siempre apareces sin llamar, con el beso que me has de robar mientras duermo.
Mirando tras mi ventana, vuelvo a perderme en los pensamientos, mientras el tiempo se engulle las caricias delicadas de tus labios. Imagino el bello contorno de tus pies, que me seducen bajo las caricias del viento impertinente, que improvisadamente sacuden mis pensamientos, devolviéndome a ese vacío seductor.
Sacudiendo mis cabellos rizados, voy persiguiendo los recuerdos borrosos que te persiguen hasta el cansancio. Sin poder alcanzarte, pernoctan flotando inertes en la noche, sin peso y sin movimiento, hasta que lentamente vuelves a entrar en mis sueños.
Es el aire cómplice que me acerca tu esencia. Al olerte, sé que has llegado. Casi puedo sentir cómo te acercas a mí, sin tocarme, diáfana como siempre: claro y oscuro.
Como vino tinto son tus tibios labios, que apenas rozan los míos, hasta hacer latir mi corazón anhelante de ti.
Pero, al abrir los ojos, te has ido, dejando esas caricias encajadas en mi alma. Solo borrosos recuerdos son tus labios empujando suavemente los míos. ¿Es eso la ternura? Al tiempo, sigo recuperándome del espasmo salvaje de olor, que arrebata y penetra sin permiso alguno. Y sigues atreviéndote a arrebatar de mis sueños livianos y espesos.
Solo eso me has dejado: tú sigues presente aún en la vigilia de mi mente, con esas notas ópalo de fondo, completamente seductoras y translúcidas, que han atravesado mis sentidos, dejando tu huella grabada en mi alma hondamente, y la certeza de que siempre vienes a mí cuando quieres. Esa verdad metafísica de que existes en mí.
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